La palabra es devorada por un sapo hediondo desde del Origen del Mundo,
sus escamas revelan, alucinadas, el refugio último del sentido, por donde
un tahúr surca el revés de las estrellas mientras impulsivamente baraja significados
aplastados por el éter, articulando el (silencio)
En el recuerdo, su lengua paladea las costuras untuosas del vacío, y por la herida
respira la poesía, abiertas de par en par al torrente mudo de sus palabras.
Escucha el tambor recitando la eterna reverberación de la sangre, del exceso y su ritmo.
Carne, tinta y piel mudada en conceptos que sueñan al final del día con su fuga
Si un trozo de papel pudiera contener todo el tiempo, el poeta lo doblaría por los extremos
y la metáfora fracturaría el mapa, siempre más grande y más real que el territorio.
Fetiche por toda la ley, trampantojo sexual de una voluntad escindida en el deseo,
que quiere ascender provocando el olvido, néctar prohibido de la delectación.
La ceguera del rapsoda es el lubricante de una serpiente que , vanidosamente,
hunde su cabeza en la tierra, y entre dos mundos sueña escrituras sin caracteres.
Un pensamiento será entonces entronizado por el sacramento de un sinsentido
y la serpiente asomará coronada, victoriosa por los lomos de una poesía.
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